CHARLA DIRIGIDA A MIEMBROS Y AMIGOS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO
Mi bisabuelo nació el año 1874 y murió en 1947, ocho años después de terminada la guerra civil española. Las circunstancias sociales que rodean su nacimiento y juventud se enmarcan dentro de las propias de la sociedad española de finales del XIX y principios del XX. Una novela que recomiendo a todos los que quieran conocer la historia de la sociedad española de finales del XIX y principios del XX es la novela de Benito Pérez Galdós: “Fortunata y Jacinta”. A través de esta novela podrán ver que el gran problema de España fue lo tardíamente que se instaló la burguesía que, como todos ustedes saben, es la clase social que surge esencialmente como fruto de la revolución francesa que permitió que la sociedad se transformara de ser una sociedad estamental y estática (donde el nacimiento marcaba la pertenencia a una determinado estamento social del que era muy difícil salir) a una sociedad de clases (en la que las personas podían moverse de una clase a otra con más fluidez y libertad). Fue entonces que a partir de la revolución francesa, y gracias a su influencia trascendental, los países del resto de Europa, sin necesidad de revolución, se abrieron a los cambios. En este contexto, se podría decir que los primeros burgueses, que lo eran en muy pequeña cantidad, comenzaron a surgir en España a mediados y finales del XIX, como fue el caso de la familia de Juanito Santa Cruz (el personaje protagonista de la citada novela de Galdós) que era una familia de comerciantes. Pero en España, cuya sociedad civil no había pasado de un modo global e integral por la ilustración, lo que deseaba esta burguesía emergente era que sus hijos burgueses estudiasen una carrera, a ser posible la de Derecho, por la utilidad que les daba para defender sus intereses, sin que tuviesen la necesidad de ejercerla. Hubieron personajes muy frívolos, como fue el caso de Juanito Santa Cruz: el protagonista de la novela de Galdós: “Fortunata y Jacinta”. En este contexto, se podría decir que mi bisabuelo, nacido en el seno de una familia burguesa, fue educado como un tipo de Juanito Santa Cruz solo que, al no ser él nada frívolo, como sí lo era este personaje literario, dedicaba su vida al deporte y al arte.
En este contexto de la historia de España, los padres de mi bisabuelo fueron de los primeros empresarios españoles y tenían una fábrica donde trabajaban con el vidrio y el cristal. En aquella época ya empezaba a crecer entre los empresarios el terrible mal endémico de los españoles: la envidia, de la cual se ha llegado a decir que es el deporte nacional. En aquel momento histórico, en que mis tatarabuelos ya tenían dos hijas y esperaban su tercer hijo (que sería mi bisabuelo), ya era común en las provincias más industrializadas, como Cataluña y Valencia, que algún empresario contratara sicarios para matar a aquel otro empresario que pudiera hacerle sombra. Mi tatarabuelo, temiendo que esto le ocurriese a él, y estando mi tatarabuela embarazada de mi bisabuelo le dijo: “Inés, como a mí pueden matarme en cualquier momento, yo te pido que, si quieres luchar para mantener la empresa por tus hijos, y como tú sola no podrás hacerlo, tras mi muerte, y pasado un tiempo prudencial, te cases con Serrano que es el encargado de la fábrica y el único capaz de sustituirme en la dirección”. Por desgracia, ocurrió lo que él ya pensaba y, mi tatarabuela, aunque muy compungida por la muerte de su esposo, siguió los consejos que este le dio y, pasado un tiempo, se casó con quien él mismo le había aconsejado. A pesar de la tragedia, y aunque el hijo que esperaba (mi bisabuelo) nunca conoció a su padre biológico, decían que mi tatarabuela estaba contenta de que después de dos mujeres su tercer y último hijo hubiese sido varón. Al estar yo, por circunstancias de la vida, muy cercana a mis dos tías abuelas que no tuvieron hijos, ellas me transmitieron que se sintieron muy próximas a quien la familia llamaba “el abuelo Serrano”, tanto fue así que a la muerte de mi tatarabuela él vivió con mis bisabuelos, puesto que, como ya dije, él fue el padre adoptivo de mi bisabuelo al no conocer este a su padre biológico. De esta forma, mi tatarabuelo “Serrano” quería a mi bisabuelo: el fotógrafo, como si fuera su propio hijo. De hecho, mis tías siempre han hablado de su “abuelo Serrano” con elogios. El abuelo Serrano procedía de Salinas, un pueblo de la provincia de Alicante, y pertenecía a una familia rica, que hubiese deseado que su hijo se dedicase solo a sus tierras pero, para este personaje tan querido en la familia, su proyecto de vida no incluía el limitarse únicamente a vivir en un pueblo y, en cuanto pudo, se fue a la ciudad más próspera y cercana que era Valencia y, una vez allí, buscó trabajo.
De esta forma, mi tatarabuelo (el padre biológico de mi bisabuelo el fotógrafo, que fue trágicamente asesinado) lo contrató en su fábrica. Serrano era una persona inteligente, trabajadora y, como ustedes podrán observar en esta foto, también poseía un buen porte físico. En mi familia se decía que mi bisabuelo, al haber nacido sin padre, tuvo una protección especial por parte de su madre y de quien hizo de padre: el llamado familiarmente por mis tías “el abuelo Serrano”. Y en este contexto, mi bisabuelo tuvo una formación que más parece anglosajona que española, formación que transmitió posteriormente a sus hijos. En su adolescencia era un gran gimnasta y practicó varios deportes de entre los que la equitación fue su preferido. Mi bisabuelo Vicente, al morir sus padres, percibió una herencia importante de ellos, a la que se unió después la del abuelo Serrano. Como ya les comenté anteriormente, esa clase social burguesa a la que él pertenecía fue educada (aquí en España) para ocuparse de sus bienes sin trabajar pero, en el caso de mi bisabuelo, él no estudió la carrera de Derecho como solían hacer los de su entorno, sino que se dedicó a estudiar Bellas Artes. Tuvo como maestro a Agrasot: un prestigioso pintor, parte de cuya obra se encuentra en el museo del Prado.
En aquel momento en Valencia hubo un grupo de muy buenos pintores, pero el único que traspasó las fronteras fue Sorolla. En el caso de Sorolla, el azar o la suerte, hizo que en su vida se presentase un gran marchante, cosa poco corriente en aquellas épocas, y gracias a él y a su buen hacer pictórico, Sorolla es conocido internacionalmente. De hecho, como ustedes saben, se habla de “los Sorolla de la Habana”, “los Sorolla de Nueva York” que hemos visto expuestos en España pero, personalmente, el Sorolla que más me emociona es aquel que plasma la playa valenciana, tanto con gente reposando como con afaenados pescadores sacando la pesca ayudados por bueyes. Esta influencia de Sorolla, que pertenecía a una generación anterior a mi bisabuelo, se puede observar en algunas de sus fotografías, cuya temática es exactamente la misma que la de algunos cuadros suyos.
Como mi bisabuelo, siguiendo su primera vocación de pintor, estudió Bellas Artes, tuvo como maestro a Agrasot, que también lo fuera de reputados pintores de su época con los que mantuvo continua relación, tales como: Ramón Stolz Seguí, Manuel Benedito, Fillol, Beut y otros. Comenzó, pues, dedicado a la pintura, ya que del arte fotográfico en España apenas se sabía entonces nada. Mi bisabuelo tenía de este modo, entre sus mejores amigos, a los pintores de su época. Como los pintores de aquella época no llegaban a final de mes, con la excepción de Sorolla, mis tías (sus hijas) me contaban que creían que debía ayudarlos bastante si no llegaban a fin de mes y que, por eso, en su casa había mucha pintura que a su muerte se repartió entre sus cinco hijos.
Mi bisabuelo se casó muy joven, y muy enamorado de su mujer: mi bisabuela Mercedes. Muestra de ello es la paleta que conservo colgada arriba de la chimenea en mi casa, que es el retrato que él le hizo a ella de novios en el año 1893 y en cuya dedicatoria figuran las palabras: “Para Mercedes: de un admirador de su belleza”. Como verán, una peculiaridad del momento en que mi bisabuelo comenzó a pintar era que los pintores regalaban a las personas queridas su paleta de pintor con un cuadro pintado por ellos mismos. Como ejemplo de ello pueden contemplar también la paleta que Beut, otro prestigioso pintor contemporáneo y amigo de mi bisabuelo, le regaló. Como podrán observar en esta paleta plasmó de forma muy hermosa una alquería valenciana (la casa rural típica de la burguesía de aquella época).
Como les comentaba anteriormente, mi bisabuela (la esposa del fotógrafo) se llamaba Mercedes y yo llevo ese nombre por ella, y también por su hija Mercedes, que está retratada por el prestigioso y famoso pintor del momento Ramón Stolz Viciano (hijo del pintor amigo de mi bisabuelo Ramón Stolz Seguí), del mismo modo que su hermana, mi tía Pepita Martínez.
El padre de mi bisabuela era el presidente del gremio de joyeros pero, por proteger a un amigo y firmar un documento que le respaldaba, quedó prácticamente arruinado. Mi bisabuela, dada la estética de la época, era una mujer guapa y tenía varios pretendientes pero su padre, con experiencia de la vida y buen ojo y, además, viendo su muerte cercana, le hizo prometer que se casaría con “Vicentico” (mi bisabuelo el fotógrafo), porque él era consciente del gran amor que este sentía por su hija y pensaba que así él podía morir tranquilo al saberla casada con un hombre serio y responsable y, además, rico para aquellos tiempos. Se casaron y tuvieron cinco hijos. Sin tener sangre anglosajona, mi bisabuelo formó a sus hijos y a sus nietos en el deporte y en la cultura pasando por universidades.
Se casó muy joven, al tener suficiente patrimonio para poder formar una familia. Pero mi bisabuela, era una persona ambiciosa, en el sentido anglosajón y positivo de la palabra: es decir, ella quería ser ella misma y tenía afán de superación en la vida deseando montar una empresa y ser ella misma empresaria (cosa inusual para una mujer en esa época en nuestro país). Viniendo de una familia de joyeros, cuyo padre fue el presidente del gremio, pero que murió sin dejar fortuna, mi bisabuela se casó con mi bisabuelo y este se hizo cargo de una hermana menor por ser también huérfana, a la que trataba como a una hija. Mi bisabuela fue una mujer que, aunque seguía todas las costumbres de la época, tenía una cabeza completamente moderna y, tanto le insistió a su esposo para tener su propio negocio que, sin estar él de acuerdo, tuvo que claudicar por amor. El negocio era de “loza, cristal y porcelana”, toda traída de las mejores marcas extranjeras y estaba situado en la calle de la Paz que era la más comercial. Pero, en aquel momento era prescriptivo que figurase el nombre del marido en el nombre del comercio para no sorprender a toda la sociedad española que se hubiera asustado ante una mujer empresaria.
Mi bisabuela que, como he dicho antes, era una persona ambiciosa en su proyecto de vida, llegó a tener el comercio más importante de su gremio en una ciudad que empezaba a crecer. Es curioso que la palabra ambicioso en España a menudo tenga connotaciones negativas, sin embargo, como ustedes saben, es algo positivo en la cultura anglosajona porque significa una persona con deseos de superación. Siendo empresaria, mi bisabuela también fue una madre amorosísima, eso lo he oído siempre a través de la voz de mis tías. Mis bisabuelos tuvieron cinco hijos y mi madre fue nieta por ser la hija de uno de sus hijos, todos ellos muy brillantes en sus carreras. Las mujeres (mis tías) fueron premio extraordinario de canto y piano y los hombres (mis tíos) también fueron muy brillantes en sus diferentes carreras. Mi abuelo (el cuarto de sus hijos) que era químico, además de haber sido premio extraordinario de carrera y becado en Alemania, obtuvo el premio Ramón y Cajal, terminó trabajando para las Naciones Unidas siendo experto de la UNESCO y dirigiendo después la UNESCO en toda Centroamérica. También fue protagonista, junto con mi tia Pepita (su hermana e hija pequeña del fotógrafo) del fotomontaje Visón que obtuvo el primer premio en el 14 certamen de fotografía norteamericana en el año 1932.
Después de mi tío Vicente, el mayor de los hijos de mi bisabuelo, y mis dos tías: Mercedes y Pepita, (que no tuvieron hijos), nació su hija Inesita, con tan mala suerte, que murió a los seis meses. No había manera de consolar a mi bisabuela y, cuando las amigas querían hacerlo y le decían: “Mercedes, tienes tres hijos, y lo más probable es que tengas más”, dicen que mi bisabuela siempre contestaba: “ningún hijo puede sustituir a otro”. Yo creo que fue en ese momento de debilidad cuando consiguió que su esposo pensase en montarle la famosa tienda que ella tanto deseaba. Luego vinieron sus dos últimos hijos varones, Pepe (mi abuelo) y mi tío Alberto.
El negocio que dirigió mi bisabuela se convirtió pronto en el primer negocio de loza, cristal y porcelana de la ciudad pero un día, mi bisabuela, al volver de su tienda, se sentó en la cama y dijo: “¡qué mal me encuentro!” Fue decir esto y morirse. Nunca hemos sabido de qué murió. Mis tías comentaban que: “gracias a Dios, no se enteró de su muerte”. A su muerte, quedaba un hombre desconsolado con cinco hijos. El mayor Vicente con 16, Mercedes con 15, Pepita con 12, y los dos pequeños: Pepe (mi abuelo) con 4 o 5 años y el pequeño Alberto con 2. Al quedar mi bisabuelo tan triste y desconsolado tras la muerte de mi bisabuela, lo primero que hizo fue cerrar el negocio familiar. El no tuvo fuerzas para liquidar el género que quedó y, por este motivo, mucho se regaló, y el resto está repartido en la familia. Mi madre conservó muchas cosas pues, al no tener mis tías hijos, se puede decir que fueron un poco madres de mi madre y luego mías.
Para mi abuelo, sólo hubieron a partir de entonces dos cosas importantes en su vida: sus hijos, y la pintura, a la que él se dedicaba como amateur. Mi bisabuelo pintaba con buen oficio, pero él no se contentaba con sus logros y así fue como, según mi tía Pepita: “Se buscó una amante muy cara, la fotografía”. Decimos que era cara porque se importaba del extranjero, pues en España no existían los materiales adecuados. En fotografía fue varias veces primer premio internacional como demostraban sus medallas de diferentes países: unas de oro y otras de plata, y cuando le llegaban los premios, contaba mi tía Pepita (la menor de sus hijas) que, a menudo, y aunque era un hombre con gran control de sí mismo, se le humedecían los ojos cuando las veía. Mi abuelo también nos contaba que, generalmente, en las exposiciones había tres secciones: retrato, paisaje y fotomontaje y que, alguna vez, llegó a obtener el primer premio en cada una de las materias.
De este modo, mi bisabuelo se entregó de lleno y con pasión al arte de la fotografía. Sin embargo, nunca comercializó con ella, al contrario, la fotografía le sirvió para llenar el hueco por la muerte de su esposa, cuyo amor persistió hasta la suya propia.
Como cuenta mi padre, el escritor Vicente Puchol, en el prólogo para la exposición que se celebró en Valencia en el año 1985 en la que ahora es la actual sede de la Fundación Bancaja:
Cuando comenzó sus trabajos, el arte de la fotografía balbuceaba: su técnica era tan fantasmal como rudimentaria, y tuvo que aprovisionarse de materiales e instrumentales que no existían a su alcance, con una habilidad misteriosa. Los negativos, al principio, eran grandes placas de vidrio encajados en chásis; los lentes del objetivo tenían un grosor de hasta quince centímetros de diámetro; las cámaras se montaban en pesados trípodes rodantes; y el artista tenía que ocultarse entre paños negros… Con este bagaje era arriesgado salir del estudio, sin sufrir, amén de innumerables calamidades, la irrisión del público ignorante. Pero él tuvo la seriedad suficiente de confundirse entre el pueblo, y hacer subir a su estudio a tipos populares, desconocidos, a quienes arrancaba expresiones de una profundidad anímica que ellos mismos ocultaban en sus rostros>>.
De entre los elogiosos artículos de prensa que conservo de mi bisabuelo, me gustaría traer a colación la anécdota que figura en uno de ellos en relación con una de las fotos más conocidas suyas: la del dulzainero.
Resulta que un día llevó a su estudio a un viejito de rostro abundoso en arrugas. Era dulzainero de oficio, o sea tocaba el típico instrumento valenciano conocido como la dulzaina; y tenía, siempre viva, una sonrisa harto socarrona. Le vistió con valencianas galas y le colocó de tal forma que semejara estar haciendo sonar el instrumento. Mas como la actitud del modelo no fuera la deseada, pues su pose era artificioso, en el sentido de que parecía que se estuviera retratando, a Vicente Martínez Sanz no se le ocurrió otra cosa que decirle: “¡Toque! ¡Toque de verdad con pasión!” El dulzainero tocó entonces con tal potencia y apasionamiento que el tono agudo y potente del instrumento llenó enseguida el reducido porche e invadió la escalera, metiéndose sin permiso por puertas y ventanas. De este modo se armó en la finca la marimorena (lo cual es sinónimo de escándalo). Los vecinos, ante el inesperado concierto, se asomaron a puertas y balcones sin poder atisbar de dónde procedía y el por qué de la alegría de la música. Mi bisabuelo, mientras duraba la curiosidad de los vecinos y el dulzainero tocaba su instrumento, impresionó varias placas cuyos positivos fueron ejemplo de espontaneidad y bien hacer fotográficos>>.
De este modo, una de las especialidades de mi bisabuelo fue el retrato en el que supo sobresalir de tal manera que sus ampliaciones eran siempre elogiadas. En un desván de su casa montó su estudio fotográfico y allí disfrutaba retratando a sus propios hijos con los ropajes más variados. De esta forma, mientras que a veces subían a su estudio personajes populares, otras veces, retrataba a su propia familia o a gente conocida. A mi tía Mercedes la fotografiaba al natural y a mi tía Pepita lo mismo, pero cuando quería caracterizarlas, a Mercedes solía caracterizarla de gitana o de mujer con mantilla, y a Pepita de virgen; incluso de virgen niña cuando tendría alrededor de 12 o 13 años.
Al mismo tiempo, mi bisabuelo fue, junto con J. Ortiz Echagüe, uno de los que expandieron el movimiento del pictorialismo en España, plasmado a través de numerosos paisajes y retratos.
Pictorialismo es el nombre dado a un estilo internacional y al movimiento estético que dominó la fotografía durante el final del siglo XIX y principios del XX. No existe una definición estándar del término pero, en general, se refiere a un estilo en el que el fotógrafo ha manipulado, de alguna manera lo que, de otra forma sería una fotografía directa, como medio de crear una imagen en lugar de simplemente reproducirla. De este modo, el movimiento pictorialista trataba de difuminar las fronteras entre la pintura y la fotografía y hacerlas mucho más permeables. Es por ello que muchas de las fotografías de los pictorialistas parecen auténticos cuadros o pinturas.
Típicamente, una fotografía pictorialista parece carecer de un enfoque nítido (algunas más que otras), está impresa en uno o más colores que no sean blanco y negro (que van desde marrón cálido a lo profundo del azul) y pueden tener pinceladas visibles u otro tipo de manipulación de la superficie. Para el pictorialista, una fotografía, como una pintura, dibujo o grabado, era una manera de proyectar una intención emocional al reino de la imaginación del espectador.
En este contexto estético Vicente Martínez Sanz, como si de un pintor se tratara, compuso paisajes nuevos, con una mezcla de luces, brumas y sombras, llevando su pesada cámara a orillas de la Albufera (una especie de lago cerca del mar situado a las afueras de la ciudad de Valencia), o por las alicantinas tierras de Salinas, donde poseía una finca rústica.
Mi abuelo contaba que cuando él tendría unos diez años acompañaba a su padre para ayudarle a cargar con todos los aparejos y, a menudo, se pasaban tres o cuatro horas hasta que su padre creía oportuno, según la luz, plasmar un paisaje.
Sin embargo, mi bisabuelo era sobre todo un artista de vanguardia, difícil de clasificar, pues experimentó en la fotografía con todo tipo de técnicas, estilos y especialidades como lo fueron: los retratos, paisajes, fotomontajes, naturalezas muertas y la crónica social. En este sentido, recuerdo que mi abuelo (su hijo), eminente científico y humanista, decía que la muerte del artista y, por ende, de todo creador comienza cuando empieza a ser encasillado tanto por otros como por él mismo, en la medida en que “la creatividad es hija del mestizaje de referentes e ideas, de la curiosidad por lo nuevo y lo diferente, y de la libertad”.
De esta forma, como puso de relieve mi padre, el escritor Vicente Puchol, en el prólogo del catálogo de la exposición que tuvo lugar en Valencia:
<<Los caminos de los hombres, sus hogares y sus horizontes, los reprodujo con reflexivas matizaciones. Son de notar las composiciones en su estudio de temas psicológicos, e incluso, con una anticipación sorprendente, de paisajes bergmanianos, que inducen a pensar qué habría podido hacer si el cine fuera corriente. Sin salir de Valencia, estuvo en contacto con todos los movimientos mundiales de fotografía artística y, lo que es más sorprendente, a la vanguardia de ellos, pues fue el primero que utilizó el color en España, mediante la descomposición de tres colores fundamentales del iris, impregnados en granos de almidón. Sin embargo, poco sabemos de su trabajo en el laboratorio, de su perfeccionamiento de las técnicas usuales, de sus métodos para la lírica transformación de las imágenes. En sus fotografías se pueden apreciar la maestría en el encuadramiento y el enfoque, en la elección del momento preciso de la luz, veloz como el tiempo, la combinación de los diversos elementos de la realidad, para extraer otra más depurada y significativa. El resto, como ocurre en la génesis artística, pertenece a la intransferible intimidad del creador>>.
Al acabar la guerra mi bisabuelo, que nunca participó en la política, entró en una especie de depresión y pensaba que “en una guerra civil no había vencedores ni vencidos puesto que todos pertenecían al grupo de los vencidos”. Cuenta mi madre que todos los hijos de mi bisabuelo le visitaban por la tarde después de acabar de trabajar y que, alrededor de una gran mesa camilla, conversaban. Cuenta también mi madre que muchas de estas conversaciones empezaban por recordar la época de antes de la guerra, y que ella pensaba que antes de la guerra España debía ser como una especie de paraíso terrenal. Sin embargo, mi abuela le mostró un día una fotografía que le impactó mucho. Mi abuela pensaba que esta fotografía reflejaba con viveza que antes de la guerra había dos Españas: la de los que comían y la de los que no comían y que, por eso, había personas que creían que la única solución era la guerra. Esta fotografía que les voy a mostrar no fue realizada por mi bisabuelo, pero pienso que es interesante desde el punto de vista historiográfico porque refleja muy claramente una dura y triste realidad social.
Al final de la guerra civil española, mi bisabuelo abandonó la fotografía y se retiró invadido por un sentimiento de tristeza y abatimiento en un ambiente que le era ajeno y se limitó a fotografiar la intimidad de su familia, siendo su última fotografía la de mi madre de quien decían que era su nieta favorita. El Foto‑club de Valencia lo hizo su presidente, y celebró una exposición colectiva, en la que figuró con otros autores valencianos. Murió en el año 1947.
Mercedes Puchol Martínez
Madrid, enero 2015